sábado, 16 de noviembre de 2013

Lecciónes de vida

 Ayer (15.11.13) publicaba La Razón un artículo sobre un nuevo hito médico (¡otro más!), esta vez en Hungría. Habían logrado que naciese un niño tras 90, noventa, días de muerte cerebral de la madre.
 Una joven de 31 años embarazada de 15 semanas,  tiene un derrame cerebral, es operada de urgencia y se declara su muerte cerebral. En ese momento la familia y el personal médico de la Universidad de Debrecen deciden mantener viva a la madre, con ventilación asistida e intentando por todos los medios darle una oportunidad a ese pequeño para que pueda vivir.
  La paciente tiene una sepsis ( una infección generalizada, ya de por sí muy peligrosa en un paciente sano) y a pesar de ella los médicos logran llevar el embarazo hasta la semana 27 de vida (el embarazo suele durar 40 semanas) y a un peso de 1420 grs.
  Ayer día 15 de noviembre (tendría 37 semanas de embarazo si las cosas hubiesen ido como suelen ser) el niño se encontraba en su casa y bien. Además la familia donó los órganos de la madre para sí salvar a otras vidas ( en concreto el corazón , el hígado, los riñones y el páncreas).

 Este caso me ha hecho recordar alguno de mi vida profesional que quiero compartir:

 Hace ya muchos años tuve la suerte de presenciar, compartir y participar con un caso similar: Una mujer con un cáncer de mama muy avanzado ,un estadio IV con metástasis generalizadas, en pleno tratamiento con quimioterapia se quedó embarazada. Nadie sabía explicar cómo, pero se quedó embarazada. Algunos médicos de mi hospital le dijeron que tenía que abortar, que no vivirían ni ella ni su hijo, que tendría malformaciones severas (era el año 1986) pero... la madre decidió seguir adelante con su embarazo (tenía otros tres hijos y un marido policía recuerdo) y ... TUVO A SU HIJO a pesar de todas nuestras predicciones y augurios, no solo lo tuvo es que tres años después llevó al niño a la guardería del hospital (yo estaba haciendo mi residencia en Argentina y en el Hospital Rivadavia había una guardería dentro de su precioso jardín) y a los pocos días la madre falleció ( sola sin "ayuda" de nadie) un poco antes fue a ver al equipo de patología mamaria (donde yo estaba) a despedirse de todos y decirnos un increíble "¡Vieron! , deje al niño con la maestra del jardín de infantes" ( así llaman en Argentina a la guardería).

También en el viejo Hospital Rivadavia participé de otra gran lección de vida; una paciente paraguaya tenía tres tipos de cánceres distintos (uno de ellos de cuello uterino que le afectaba a sus uréteres por lo invadida que estaba por el tumor) , en una ocasión se planteó la conveniencia de sedar a la paciente y ponerle un cóctel endovenoso para "ayudarla a morir", el médico responsable de ella era yo y me negué, le dije al Jefe de Servicio (el Dr. Gurucharri) que yo no dejaría a nadie la posibilidad de poder rezar una última oración a Dios, Alá, Jehová o a quien quisiese y que no le ponía el famoso gotero. El Profesor me dijo que me encargaría yo personalmente de la paciente y cuando viese los terribles dolores que tendría "Ud. vendrá a pedirme el cóctel", pasaron 6 meses (incluso celebramos su cumpleaños con globos en la habitación y le pusimos "Ipanenta sanesantoara" en guaraní que era como un ¡Feliz cumpleaños!) cuando apareció un día un hijo de la paciente que venía de Asunción del Paraguay para ver a su madre, había ahorrado durante esos seis meses trabajando de zapatero remendón para poder viajar hasta Buenos Aires. Visitó a su madre y a las horas me pidió que entrase a la habitación que su madre quería hablar conmigo, entré y me dijo con su dulce acento paraguayo: "Doctorcito, ya puedo morirme en paz porque he podido ver a mi hijo. Gracias" y a la mañana siguiente apareció dormida en su habitación, en paz y tranquila.
 El Profesor Gurucharri en la reunión del servicio, "el ateneo", presentó el caso ante todo el servicio y públicamente me agradeció el que hubiese acompañado a esa paciente los seis últimos meses de su vida.

   Estos casos nos debería servir a los médicos para replantearnos muchas cosas. ¡Cuántas veces hemos dado un diagnóstico y un pronóstico a la ligera! (no sobrevivirá, o se morirá en seguida o debe abortar porque no es viable o ...). ¡Qué grande es el pecado de la soberbia ! y ¡qué fácilmente caemos todos en ella!.

 Los médicos trabajamos con la VIDA, tenemos la suerte y el privilegio de acompañar y ayudar a muchos que confían (y se fían) de nosotros, tenemos la enorme responsabilidad de no caer en la soberbia de creernos dueños de la vida de los demás ( no somos dueños ni de nuestra propia vida). ¡Cuánto bien podemos hacer solamente estando, acompañando, consolando o aliviando a un paciente o a sus familiares!. ¡Cuántas veces hemos visto casos como los tres que hoy presento !.

 Continuamente nos sorprendemos con noticias como las de la mujer que después de 20 días apareció viva debajo de la fabrica textil de la India, o ahora con la tragedia del tifón de Filipinas gente que sobrevive y se aferra a la vida y vence.

 Quizá no sirva para nada mi comentario en el blog, pero quizá puedan ayudar a alguien, o replanteen a alguno la conveniencia de darle o no "un empujoncito" a aquel que se esta yendo. ¿Quiénes somos nosotros para decidir cuándo y quien se tiene que ir de este mundo? ya hubo un grupo de locos que lo decidieron y así nos fue  (Hitler, Stalin, los jemeres rojos, y tantos otros).

 Las pacientes del Rivadavia me enseñaron mucho, muchísimo en mi actividad vital y profesional, yo era un residente de ginecología que se quería comer el mundo y nunca estaré lo suficientemente agradecido a ellas y al Profesor Gurucharri.

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